UN PIANO EN EL ARRABAL
Este pretende ser el
relato, probablemente apasionado, de un sueño musical que, nacido con afanes
pastorales y madurado entre glorias y pesares, ha convertido su realidad en
motivo de orgullo para un barrio burgalés cargado de solera, dignidad e
historia. La Coral de Cámara «San Esteban», próximos a cumplirse los treinta
años de su existencia como grupo dedicado a la divulgación de la música del
Renacimiento, ha paseado dentro y fuera de España el topónimo de sus orígenes
con el orgullo que caracteriza a sus pobladores. Y lo ha hecho con la
castellana mesura de sus moradores y el inquieto fervor de quien ama la música
como a privilegiado don de la naturaleza humana.
Corría el año 1972 en
la parroquia del barrio. A la sazón, proseguía ésta sus alientos restauradores
de la mano de dos hombres de iglesia —D. Rodrigo Aguilera y D. Jesús López
Sobrino— ahítos ambos de entusiasmo pastoral e inquietudes artísticas. No en vano
el abandono secular de siglos en que estaba sumido el templo de San Esteban —el
más antiguo de los templos parroquiales burgaleses— inquietaba sus ánimos,
apenados de contemplar tanta incuria: escribía
dolorido don Jesús en una de sus celebradas «balconadas» que a través de la
extinta Hoja del Lunes ofrecía cada semana a la ciudad. Pero aun siendo apremiante la tarea de ponerse a recuperar
tamaño tesoro, la de atender a las necesidades espirituales de las gentes del
barrio seguía siendo la prioridad de su ministerio. Y con las necesidades del
espíritu, las culturales. Y entre estas últimas el coro parroquial, en aquel
entonces integrado por un esforzado grupo de muchachas del barrio, necesitadas
de una mano rectora que encauzara adecuadamente los innegables valores
musicales de que estaban dotadas. Y la Providencia dispuso que un joven,
—Juanito, apenas salido de la adolescencia— retornara al hogar familiar en El
Arrabal después de algunos años de internado alejado de los suyos. Llegaba ya
embarcado en las aficiones musicales y sólo precisaba de manos cualificadas que
orientaran sus manifiestas condiciones para la dirección coral. Con estas
premisas, y simultaneada con los estudios en la Escuela Universitaria del
Profesorado de EGB, se incorporó al proyecto parroquial y dedicó gran parte de
su legítimo tiempo de asueto a la propia formación musical en el Conservatorio.
Como consecuencia, un buen día, en la atalaya burgalesa del Arrabal comenzaron
a sonar, primero vacilantes y enseguida firmes y decidas, las notas de un piano
que desgranaba estudios, sonatas, suites y toda suerte de melodías prometedoras
cuyos ecos auguraban un brillante porvenir para la iniciativa que nos ocupa.
Y lo que parecía
despropósito en el lugar, para quienes juzgan apresuradamente colectivos y
conductas, se convirtió en el origen de una agrupación coral que puede hoy
mostrar con orgullo el reconocimiento de propios y extraños a su labor
divulgadora de la música coral en general y del Renacimiento, preferentemente,
en términos de exquisita e indiscutible calidad como se pretende constatar en
el presente trabajo.
Iniciados los primeros
ensayos, al reducido grupo de coralistas femeninas pronto se unieron voces
varoniles que añadieron entusiasmo al entusiasmo y conformaron el grupo que,
con el nombre de su parroquia y barrio, mostraría su bien hacer en adelante.
Si los éxitos son el
mejor incentivo para estimular cualquier digna trayectoria humana, el primero
de ellos le llegó a la Coral de Cámara «San Esteban» con la obtención de un
preciado galardón. El 24 de junio de 1973 se celebraba en el Teatro «Avenida» de
Burgos el ii festival de la canción religiosa – premio «crismón» —certamen
provincial que servía de acicate a los numerosos coros parroquiales de la
capital y provincia— y allí fueron nuestros entusiasmados coralistas a
participar. La cosa no resultaba sencilla porque en el evento musical
participaban corales de prestigio y la lucha prometía ser reñida. Sin embargo,
la calidad interpretativa mostrada por la Coral de Cámara «San Esteban» hizo
posible que el preciado trofeo se convirtiera en su primer éxito indiscutible y
con él en el trampolín definitivo para su futura trayectoria. Hoy, aquel premio
ocupa un lugar privilegiado en las vitrinas de su sede parroquial. Nuestro
pianista, consciente de las exigencias y responsabilidad que contraía con el
premio, y sin duda estimulado por él, prosigue con más intensidad si cabe su
formación musical para completar, junto con los de piano, los estudios de
Conjunto Coral, Armonía, Contrapunto, Formas musicales e Historia de la Música.
Por otro lado, el obligado contacto con los profesores del Conservatorio
significó para él y consecuentemente para la incipiente Coral el empujón
definitivo que la convertiría en un grupo especialmente cualificado para
interpretar la polifonía de los siglos XV y XVI. Hay que considerar al respecto
el decidido apoyo que recibió de D. Javier Zárate Gil —actual director del
Conservatorio— para quien las características del grupo se acomodaban sin ninguna
duda a la sensibilidad musical del Renacimiento. Hoy, el repertorio de obras de
la Coral lo componen más de doscientas cincuenta composiciones de polifonía
religiosa y profana y, de entre ellas, la mayor parte pertenecientes a los
siglos mencionados.
Abiertas de par en par
las puertas del éxito y conocido el camino por el que discurrir, la Coral
comparte los laboriosos ensayos —especialmente aderezados de tesón por cuanto
muchos de sus componentes carecían de formación musical— con señaladas intervenciones
que van jalonando su ya destacada trayectoria. En los primeros, plagados de
anécdotas, camaradería y excelente humor, se pone a prueba la capacidad musical
y humana de nuestro protagonista y en los segundos la estabilidad emocional que
de su responsabilidad se deriva. En ambos casos, el singular talante de un
hombre permanentemente puesto a prueba sale indemne y la Coral se consolida.
Aquella entrañable
Coral, —«Compuesta por veinticinco voces mixtas, llenas del más exquisito gusto
por el arte del sonido»— cuyos componentes configuraron el proyecto inicial,
pertenecen a la generación esforzada que ha dado lugar a la participación en la
misma de un colectivo de más de cien coralistas procedentes de los más diversos
ámbitos ciudadanos. Singularidad ésta para un grupo que, nacido con
aspiraciones revitalizadoras para su parroquia, se ha convertido en meta
—incluso ansiada— para muchos aspirantes a la interpretación coral de calidad,
aun siendo ajenos al barrio y sus inquietudes.
Efectivamente, el
extenso historial que conforma la trayectoria de la Coral de «Cámara San
Esteban» seguramente supera lo que sus entusiastas alentadores pudieron soñar
para el grupo. Conciertos para UNICEF, Festivales de España, Semanas de Música
Antigua, Ayuntamientos, Diputaciones, Asociaciones Culturales de todo tipo y
Comunidades Autónomas en España. Giras por Francia, Alemania, República Checa y
Gran Bretaña en el extranjero y, finalmente, cuatro grabaciones musicales de
incuestionable calidad son una muestra abreviada de su dilatado quehacer. Pero
con ser importante esta relación, no lo son menos sus numerosos conciertos
didácticos en centros escolares de la ciudad a demanda de sus «apas» o las múltiples
colaboraciones para solemnizar festejos patronales en apartados lugares del
mundo rural de la provincia e incluso la participación en emotivas
celebraciones religiosas de carácter familiar.
No se puede olvidar
tampoco su decidida colaboración con otras agrupaciones del mundo coral de la
ciudad y provincia con las que ha compartido frecuentes muestras musicales, una
de las cuales, y con relieve de acontecimiento anual, lo constituye el tradicional
Concierto del día 26 de diciembre, festividad de San Esteban, que tiene lugar
en la Iglesia de San Nicolás. Este evento, por la calidad del programa —al que
han contribuido expresamente compositores burgaleses del prestigio de Alejandro
Yagüe y Pedro María de la Iglesia— y de los grupos que en él participan junto a
la Coral, se ha convertido en exponente cumbre de la celebración musical
burgalesa de la Navidad. En los últimos años la especial colaboración de la
Orquesta del Conservatorio ha añadido calidad y prestigio al acto.
De la mano del ilustre
musicólogo y folklorista castellano Joaquín Díaz, la Coral recibió la propuesta
de su primera grabación musical que se llevó a cabo en 1979. Disco monográfico,
conteniendo un total de dieciocho canciones de Juan del Encina, supuso para el
grupo la primera y más apasionante experiencia de esta índole y con ella le
cupo el honor de ser pionera en la divulgación musical de tan excepcional
compositor renacentista.
El párrafo anterior, coherente con la
calidad interpretativa que ya era conocida en ámbitos musicales de la crítica y
los profesionales de la región, refleja la confianza depositada en el grupo por
quien, siendo un músico de consagrado prestigio, se proponía ofrecer a
melómanos y aficionados una grabación de calidad llevada a cabo con las máximas
garantías.
En la misma línea de
juicio y tras un concierto dado en la iglesia de San Andrés de Valladolid se
expresaba el crítico musical Ángel Luis G. Fraile, en su columna del Norte de
Castilla, aludiendo a la Coral de Cámara «San Esteban»:
«...El más exquisito gusto preside todas y
cada una de sus interpretaciones. La comprensión del repertorio
medieval-renacentista es grande y su traducción sonora depurada, pulcra y llena
de sutilezas. Las voces, de emisión dulce, nunca resultan forzadas y ligan las
frases con limpieza. Las versiones resultan así muy musicales, atractivas y
convincentes...
...Las veinticuatro voces se encargaron de
demostrar a lo largo del recital su autoridad y peso específico en el campo de
la interpretación de la música del Renacimiento...»
Tras el disco
monográfico, se repitió la experiencia en dos nuevas ocasiones producidas
igualmente por Joaquín Díaz: «Romances del Renacimiento» —«disco de enorme
interés para el estudioso del romancero castellano y de la música española del
siglo XVI», lo calificaría Andrés Ruiz Tarazona en la Hoja del Lunes de Madrid
(27-10-80)— y «Dos Misas Tradicionales» —«misas que fueron muy frecuentemente
interpretadas a lo largo y a lo ancho de la geografía rural castellana, e
incluso fuera de ella. Compitieron en popularidad durante largas épocas con
otras similares, también en latín, como las llamadas de “Pio X” y “de Ángeles”»,
argumenta Joaquín Díaz justificando así la recuperación de ambas—. Finalmente,
y con motivo de la celebración del XXV Aniversario (1997) sacó al mercado un
cd, «Navidad Hoy y Siempre», en el que se hace un recorrido por las
composiciones navideñas desde el siglo XVI hasta nuestros días. En dicha
grabación participa igualmente la Orquesta del Conservatorio Municipal de
Música «Antonio de Cabezón».
Aunque las abundantes
anécdotas que han aderezado la trayectoria del grupo no son pretensión del
argumento fundamental de este relato, sí pueden ilustrar la capacidad de
integración de sus componentes y, de manera especial, su permanente disposición
a la vocación común. Baste una sola muestra para confirmar el aserto. Paralela
a su afición musical, discurren los afanes de enriquecimiento cultural y con
ellos la visita a notables muestras de la arquitectura civil o religiosa de los
lugares en que recalan. Visitaba la Coral en pleno la catedral de Metz
—solitaria a esas horas— y sobrecogidos por el gigantesco espectáculo de su
nave central —más de cuarenta metros de altura— «…el primer grupo que inicia la
visita no resiste la tentación, lanzados como estamos a hacer música por
doquier, de interpretar algunos cantos de nuestro repertorio. Suenan
sucesivamente «Popule Meus» y «Oh Jesu Christe» y desde la altura nos llega un
caluroso aplauso que intimida por la procedencia. No, no es sobrenatural. Se
trata del organista que está encaramado tan alto que parece más próximo al
cielo que a nosotros…» cuenta en su diario el cronista de aquel memorable viaje
a la Alsacia y Lorena francesas.
Y, por fin, llega el
ansiado momento de la efeméride. Como en los matrimonios bien consolidados, la
Coral celebra en 1997 y con la máxima brillantez su «Aniversario de plata».
Veinticinco años ininterrumpidos de esfuerzo consolidado merecen una reflexión
y un hito. Y a ello se entregan con ilusión todos sus componentes. Elaboran un
apretado programa semanal de conciertos, previo a la celebración cumbre de su
santo patrón, y en él intervienen con lo mejor de sus repertorios otros grupos
de paralelo prestigio: Escolanía de niños de coro de la Catedral, Coro de voces
blancas del Conservatorio de Música Antonio de Cabezón, Coral «Santa María la
Real y Antigua», Schola Cantorum del Círculo Católico de Obreros, Orfeón
Mirandés, Coral Polifónica de Salas de los Infantes, Orfeón Arandino «Corazón
de María», Coro Universitario de Burgos y Orfeón Burgalés. Tanta calidad y
aliento empujan a aquella balbuciente coral del 72 —en opinión de algunos
nacida con augurios de mermados éxitos y breve recorrido— al cenit de sus aspiraciones
parroquiales. Finalizada la semana de conciertos con un éxito musical y de
audición irrepetible, llega la celebración patronal y con ella el colofón.
San Nicolás, asombrado
de tanta maravilla vivida, cede su sitial al patrón y San Esteban, regocijado,
ofrece al Niño Dios el memorable concierto que le dedican al unísono La Coral
de Cámara «San Esteban» y la Orquesta del Conservatorio. Se desgranan airosos
villancicos y, entre elocuentes aplausos de aprobación del público que abarrota
el templo, ambos directores hacen gala de lo mejor de su sensibilidad. Nuestro
héroe, presa de la emoción más intensa, toma la batuta que, entre vacilante y
resuelta inicia su intervención.
No es fácil, para quien esto escribe,
relatar con precisión las sensaciones que ahora le embargan a Juan. Porque hay
dos y ambas tan contradictorios que ello explica su vacilación y entusiasmo
paralelos. Difícil encrucijada para quien ha amado tanto a la Coral que por
ella ha sido capaz de esconder los sentimientos de amargura que ahora le
acosan. Sereno, con el gesto amable y alentador que transfigura su imagen en
cada concierto, inicia el vuelo la batuta liberadora y los decididos compases
de la Orquesta llenan el aire del templo invitando a las voces amigas a la
emoción. Y esta surge, como cascada limpia y prometedora, ofreciendo al héroe
su solidaria comprensión y cariño. Y embarga dolorida a los cantores porque
entre ellos hay una voz ausente. Cantan, sin embargo, entre rendidos a la entereza
de su director y la congoja contenida que les invade. Falta Merche, «...esposa,
coralista y musa de este hombre que, a los diecinueve años tomó una batuta y
dibujó con ella durante veinticinco ininterrumpidos una cascada de sones
armónicos y un calderón de acentos musicales...» acababa de decir Jesús López
Sobrino en sus palabras de homenaje al director cuando presenta el acto.
Finalizado el concierto se celebró la
fiesta profana a la que se sumó Merche. Allí estuvo, gigantesca de espíritu y
dignidad en un cuerpo dolorido, mostrando la grandeza de un ser que reunió sus
últimas fuerzas para repartirlas entre los presentes. Ahora, desde el más allá
y junto a su primogénito Juan José, nos observa indulgente y protectora para
nuestras cuitas y afanes.
Y esta es la visión
parcial de quien, obligado a observar por razón de oficio, ha decidido hacer
balance exclusivo de virtudes para quien como juan José Rodríguez Villarroel ha
hecho suficientes méritos para que la vida no le demande otras exigencias.
Burgos, 22 de diciembre 2001
Eduardo García Saiz