viernes, 1 de julio de 2016

LACON CON GRELOS

El lacón con grelos es un plato de carne típico de la cocina gallegaEspaña, y es uno de los platos más representativos de la gastronomía de esta comunidad autónoma norteña. Se trata de lacón (pata delantera del cerdo) cocido (con chorizo) junto con otras verduras como puede ser el grelo.

El lacón con grelos en sus inicios se consumía durante la celebración del Carnaval, al ser la mejor época para los grelos, actualmente se puede encontrar en los mejores restaurantes de Galicia y del resto de España. Recuerda en algunos aspectos la cocina germana


Sus principales ingredientes son el: lacón (del latín lacca) producto derivado del cerdo, resultante del proceso de curación de sus extremidades delanteras y los grelos, brotes del nabo (grelos) en cuyo extremo aparecen flores. Su apariencia es la de un tallo más o menos grueso (puede alcanzar el grosor del dedo pulgar de la mano) del que salen algunas hojas y, en el extremo, las flores. También se suele acompañar el plato con chorizo y cachelos; y en su elaboración se realiza la cocción de todos los ingredientes.


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miércoles, 15 de junio de 2016

DE NUEVO "AS MEIGAS"

Me gustan los retos y este que me planteo me va a convertir algo así como en el cazador cazado. Cada vez que una anécdota entra en mi caletre procuro convertirla en motivo para el recuerdo y, hasta donde me es posible y, según mis capacidades, en estímulo para la sonrisa.

Pues bien; considerando que uno también es protagonista de algún lance y, como tal, actor de sus propias «hazañas», quiero recordar la última, especialmente compatible con las chácharas de este humilde decidor de chismes. Así que, aquí y ahora me convierto en reo convicto y confeso de la última de mis travesuras.

Aunque hay quien, de forma excesivamente benévola, me estima por mis comportamientos festivos, a menudo anárquicos y una miaja albariños― y sólo en momentos de euforia y apoteosis festiva, como es el caso―, tengo que agradecer primero su aprecio a quienes así me celebran y reconocer después que algo hay de preocupante en mis conductas seniles a que me traído mi manía de envejecer.

Hay una cosa muy singular, que comparto con alguno de mis colegas en la afición, y es el hecho de que una cámara digital en mis manos es un peligro inminente de extravío y consecuente inquietud por quien vela por mi integridad, recato y compostura.

Es el caso, que todo este preámbulo tiene que ver con la intrépida hazaña que me llevó a escalar, peldaños arriba y en solitario, lo más alto de la torre del castillo de Monterrei en nuestra gira gallega. Semejante imprudencia en aislado, y a estas edades próximas a las ocho decenas, sólo es compatible con mis tendencias infantiles que, según es tradición oral, convierten a los maestros en niños entre los hombres, como es mi caso. Así se entiende la imprudencia.

Incluso, más aún; tengo una acusada tendencia a valorar mis hazañas de alpinista desde el verano pasado en que encajé mis posaderas, contra viento y marea, sobre el asiento más alto en la cumbre del pico Urbión. Dos mil doscientos metros y pico de escalada me convirtieron en héroe ocasional en la familia y admirado universal, por longevo, como escalador consagrado. Y para más añadir; el «Bunker Hill Monument», próximo a Boston, es un monolito de setenta y siete metros de altura, conmemorativo de una batalla pírrica que ganaron los ingleses a los patriotas americanos en junio de 1877. Para acceder a la cúspide hay, contados uno a uno para estimular el ascenso, 294 peldaños que todavía me recuerdan mis corvas culpándome por semejante ascenso.

Hay también algunos recuerdos de otras escaladas que me llevaron a lo más alto de la Torre de Hércules, al torreón del Alcázar de Segovia ―con sensación de claustrofobia incluida y cincuenta pupilos de mi Colegio por delante― o al campanario de San Lorenzo de mi pueblo para alborotar las fiestas de Nuestra Señora y San Roque cuando era mozalbete.

Cierto, cierto. Lo de cualquier tiempo pasado fue mejor, sin duda se refiere a la garbosa imagen de la madurez, que inició su declive en mí, con los setenta cumplidos. Pero lo de genio y figura se lleva en lo más profundo y de eso se aprovecharon de nuevo las meigas. Porque ellas fueron las que enviaron a la persona que lo es todo para mí, a imponerme prudencia. Mi subida a la torre del homenaje, en solitario, la soledad, los impulsos aventureros, el extravío, un mareo, un embeleso incontrolado y, sobre todo, un abandono de la disciplina grupal, sirvieron a las hadas malignas para convertir en manojo de nervios e inquietud la mente de mi compañera hasta que la muerte nos separe.

Uno, consciente de sus propias torpezas y deseoso de ofrecer una contrapartida digna que me exima de un castigo más oneroso, decidió arbitrar una compensación largamente anhelada. A partir de ahora mediré con más prudencia la distancia entre mis atributos masculinos y el sumidero de la taza ―que es una de mis más alarmante taras masculinas―. Con esto y un par de horas pensando en el rincón de la escoba, espero recuperar la prudencia y con ella la tranquilidad mutilada de mi esposa.






Eduardo García

13 Junio 2016

UN EMBRUJO EN MONTERREI




Hemos llegado en tropel a la fortaleza de Montenegro, ávidos de historia, leyendas y emociones. En grupo tan heterogéneo como decidido inicia la visita que transcurre con el alma absorta y la cámara en ristre para añadir imágenes al inmenso acervo fotográfico que cada uno ha acopiado en esta histórica visita a la siempre idílica Galicia.

Entre todos los visitantes, hay un hidalgo castellano cuya dignidad caballeresca destaca entre el resto de los mortales integrantes del colectivo; un semblante cubierto por espesa y entrecana barba que realza bajo su mirada limpia; cabello recortado que enaltece sus orígenes feudales y una apostura medieval que completa su atractiva personalidad, componen la figura que va a ser objeto de tarascada protagonizada por las malévolas meigas.

Sin duda, la presencia de tan señaladas deidades del mal ha puesto su mirada en nuestro apuesto caballero. El grupo, entre diletante y absorto, se mueve diligente en torno al cicerone, que acaba de poner su saber y entender a la presencia de los ávidos viajeros. Nuestro héroe, sin embargo, sigue ensimismado contemplando tan belleza arquitectónica como se acumula a su alrededor e ignora cómo el grupo entra en el cobijo de un espacio cerrado y repleto de historia medieval.

«As meigas» aprovechan la oportunidad para atraer a nuestro héroe y apartarle con intenciones perversas. Llenan su mente de incertidumbres y misterio para convertirle en un alma perdida en la espesa vegetación de la profunda Galicia. Empujado sin dirección ajustada, camina el hombre, entre perplejo y atemorizado, hasta desembocar en una insólita calzada, desconocida e ignorada de planos y registros, en la que decide esperar su rescate.

Don Alonso Quijano, Caballero de la triste figura y desfacedor de entuertos, está al quite y, una vez más, ésta desde ultratumba, descubre el entuerto provocado por las pérfidas magas. Consciente de la urgencia en devolver a su transida esposa y dama doña Teresa, decide intervenir poniendo al cabo a dos caballeros del volante: don Tristan de Ulloa y don Roldan de Lavandeira, herederos directos de las hazañas del buen don Quijote. La ruta, sometida a encantamiento, que no aparece ni en los mapas ni en registros controlados, es descubierta al fin, y hacia ella cabalgan veloces e impacientes a rescatar a nuestro amigo, tan solitario como perdido y perplejo. Allí está, junto a la señal perdida, a la espera de liberación que será el último agravio desbaratado por nuestro ilustre manchego.

La llegada al abrigo común es recibida con la algazara que releva entusiasmada a la incertidumbre, el desconcierto y la angustia provocada por un mal de ojo de las malvadas meigas; que nadie ha visto jamás pero, como confirma este singular relato, «haberlas haylas» … 
A mis muy queridos amigos
Antonio Barrio y
Teresa Hernández


Eduardo García
Burgos 5 de junio de 2016

DESDE SANTA TECLA


Un relato gráfico de los coralistas deambulando en torno a Santa Tecla en el ámbito de la desembocadura del río Miño que, por lo que se ve sigue naciendo en Fuente Miña, provincia de Lugo y desembocando en el Atlántico por la Guardia


el mar.... la mar.... 
desde Santa Tecla



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martes, 5 de enero de 2016

IMÁGENES PARA NOSTÁLGICOS XIX (Hortigüela, Bodas de Plata Chema y Puri, Covarrubias, Ensayo, San Lesmes, Antes del Concierto, Vino en Maneli, San Agustín, Parroquia Hermano Rafael)

 Hortigüela


Bodas de Plata de Chema y Puri 

 Ensayo

 Concierto en San Agustín

 Navidad en Covarrubias

 San Lesmes

 Organizando el concierto

 Ágape en Maneli

 Todo a punto

Concierto Didáctico en la Parroquia del Hermano Rafael
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martes, 14 de julio de 2015

ANIVERSARIO DE PLATA

Juan José Rodríguez Villarroel



Yo conocí a Juan en la ocasión menos propicia para crear una amistad duradera y, menos aún, para compartir ilusiones comunes de futuro. Fue durante el desarrollo de una huelga de maestros en la que, por razones que no vienen al caso, las situaciones de ambos estaban encontradas. Después, andando el tiempo, nuestros destinos no sólo no fueron discrepantes sino que caminamos juntos en el mismo barco profesional y con semejantes inquietudes docentes y musicales, aunque estas últimas, en mi caso, infinitamente más modestas.

Los años de tarea docente en común los recuerdo con emoción porque significaron, junto a él y otros excelentes compañeros, un importante periodo de mi vida como maestro, empeñados como estábamos todos en sacar adelante un Colegio cargado de incertidumbres y desamparos. Después de algunos cursos de vida profesional compartida, el destino decidió mi ausencia del centro y Juan fue el encargado de recoger el testigo y asumir las responsabilidades de dirección que yo abandonaba. 

En el tiempo vivido en común esfuerzo docente, la Coral San Esteban era permanente motivo de conversación en nuestros momentos de asueto y Juan explicaba -con la vehemencia que le caracteriza- sus afanes y proyectos para la misma impregnados de un entusiasmo contagioso que yo, proclive a la música coral por afición y convicciones, pronto asumí para caer al poco tiempo en las redes de la causa. Tras su amable y calurosa invitación, me incorporé a la Coral sin otro bagaje musical que el de mi osadía y el aval de tan privilegiado valedor. No era la mía una aportación valiosa por cuanto mis conocimientos musicales se reducían a distinguir el pentagrama de unas pautas de caligrafía escolar, pero entre él y los magníficos coralistas del momento, que me recibieron con los brazos abiertos, conseguí hacerme un hueco en la siempre discutida e injustamente denostada cuerda de los bajos. A partir de ese momento, una sucesión ininterrumpida de experiencias felices me han hecho bendecir permanentemente la hora en que tomé tal decisión. Y entre todos ellas, la convivencia con gentes tan heterogéneas como encantadoras quizá haya sido, al margen de los indudables valores musicales disfrutados, el mejor de los frutos obtenidos. 

Y aquí es donde yo quería llegar porque aunque siempre he apostado por la discreción y por ello soy poco amigo de intervenciones como esta, también el sentido de la justicia forma parte de uno de mis principios más firmes y, porque así lo estimo, quiero dedicarle a mi compañero y amigo Juan estas breves palabras.

En ambas experiencias compartidas he tenido la oportunidad de descubrir su carácter abierto, su tenacidad, su altruismo y su talante inasequible al desaliento. Cuando otros hubiéramos abandonado en el primer «round» del combate que viene librando contra la adversidad, él sigue con la firmeza y frescura del primer día manteniendo y alentando dos proyectos del segundo de los cuales todos los presentes formamos parte activa.

De los primeros años de andadura polifónica sólo tengo referencias orales en las que la bisoñez, la ilusión y los buenos oficios de consejeros oportunos dibujaron el boceto de lo que hoy es una hermosa realidad coral en torno a un motor indiscutible. De ella hemos participado un centenar largo de personas amantes de la música, muchos de ellos presentes en este acto, y esperamos y deseamos que el devenir sea pródigo en oportunidades como esta y permita la celebración de nuevas y tan festivas efemérides.

Durante mi presencia como coralista he acuñado una valiosa carga de emociones, gratísimas experiencias, celebradas anécdotas y, por encima de todo, entrañables amigos y amigas que engrosarán siempre mi particular colección de afectos. Y como el caso lo exige, contando con vuestro permiso, voy a hacer un breve inventario de las que Juan ha sido protagonista. Y como no puedo desvincular de su personalidad musical la condición de maestro ejemplar que le adorna, tengo que insertar algunas experiencias previas para completar mejor la imagen, acaso apasionada, que de él he forjado. 

Le he visto rodeado de multitudes infantiles en nuestro colegio para, doblegando sus voluntades perturbadoras y a lo Samuel Broston ―según nuestro común amigo Jesús L. Sobrino― preparar festejos escolares capaces de llenar de orgullo a cualquier comunidad educativa; le he visto cargado de entusiasmo y energía hasta fundir los plomos —y esto no es una metáfora oportunista— en la tarea de instalar un Belén o decorar aulas y pasillos para llenar de contenido estético la Navidad escolar; le he visto esforzado en el cada día del aula y, cuando al cabo de nueve años, en que por razones que no vienen al caso hube de abandonar el Colegio, recogió el testigo que yo dejaba para convertir en realidad los sueños educativos que entre compañeros y padres habíamos conformado para el centro; le he visto en trances dolorosos de familia cuya sola evocación me estremece; le he visto empujar hacia la gloria íntima a un grupo de dignísimas voces atrapadas en voluntades entre anárquicas y disciplinadas; le he sentido siempre solidario y dispuesto a deparar pequeñas o grandes alegrías a los que, rodeándole, necesitaban de un acicate entre gratificante y motivador para continuar sus trayectorias acaso maltratadas; he vivido, junto a muchos de los compañeros que esta noche nos rodean, sus legítimos «cabreos» arrojando airado partituras y atril por los suelos, tratando de negociar por la brava un rato de cordura y disciplina en el ensayo para, de inmediato y en «calma chicha», reemprender la tarea interrumpida. He visto sus manos acariciando melodías conmovedoras, estimular cantos festivos o arrastrarnos hasta el entusiasmo íntimo en sublimes composiciones sacras; hasta le he visto —perdóname la escatológica anécdota— atar apresurado el cinto de su pantalón —tras ser inopinada e imprudentemente abandonado a su suerte en soliloquio digestivo urgente— para reiniciar un concierto de postín en Logroño.

En fin, Juan, tengo la sensación de que mi capacidad de admiración y asombro aun no han sido colmadas y que aún tu recia dignidad de castellano practicante nos permitirá a todos nuevas y gratas experiencias a tu lado.

Acaso alguno de los que habéis tenido a bien escucharme, al ver estos folios, sospechosamente impresos de verborrea, habrá esbozado un gesto airado de reproche para mi osadía pensando que, como los estudiantes ambiciosos y peloteros, voy por nota. No es el caso; el placer de cantar en un coro y cosechar con él los aplausos de los auditorios, formaron parte de mis mejores sueños de adolescente. Y se han hecho realidad gracias a todos vosotros y, sobre todo, a Juan. Para cada uno y en especial para él mi agradecimiento, mi respeto y mi estima.

En esta magnífica oportunidad en que se cumplen veinticinco años de éxitos de la Coral de Cámara «San Esteban» transmitiendo cultura musical de la buena, me parece de justicia ofrecer a su artífice principal este humilde homenaje de reconocimiento. Estimo que no se ensombrecen otros méritos con ello y que cada uno de los presentes merece la dignidad de un homenaje personal para su valiosa aportación; pero por aquello de que no hay un solo instrumento que genere música de forma espontánea y que el premio del auditorio es siempre para el virtuoso que lo maneja, renunciemos por esta vez a nuestros legítimos merecimientos y dediquemos nuestro aplauso a quien nos ha «tañido» magistralmente a lo largo de veinticinco años. 
           
          Burgos 26 Diciembre 1997
             Hotel «Corona de Castilla»    
E.G.S.