martes, 14 de julio de 2015

ANIVERSARIO DE PLATA

Juan José Rodríguez Villarroel



Yo conocí a Juan en la ocasión menos propicia para crear una amistad duradera y, menos aún, para compartir ilusiones comunes de futuro. Fue durante el desarrollo de una huelga de maestros en la que, por razones que no vienen al caso, las situaciones de ambos estaban encontradas. Después, andando el tiempo, nuestros destinos no sólo no fueron discrepantes sino que caminamos juntos en el mismo barco profesional y con semejantes inquietudes docentes y musicales, aunque estas últimas, en mi caso, infinitamente más modestas.

Los años de tarea docente en común los recuerdo con emoción porque significaron, junto a él y otros excelentes compañeros, un importante periodo de mi vida como maestro, empeñados como estábamos todos en sacar adelante un Colegio cargado de incertidumbres y desamparos. Después de algunos cursos de vida profesional compartida, el destino decidió mi ausencia del centro y Juan fue el encargado de recoger el testigo y asumir las responsabilidades de dirección que yo abandonaba. 

En el tiempo vivido en común esfuerzo docente, la Coral San Esteban era permanente motivo de conversación en nuestros momentos de asueto y Juan explicaba -con la vehemencia que le caracteriza- sus afanes y proyectos para la misma impregnados de un entusiasmo contagioso que yo, proclive a la música coral por afición y convicciones, pronto asumí para caer al poco tiempo en las redes de la causa. Tras su amable y calurosa invitación, me incorporé a la Coral sin otro bagaje musical que el de mi osadía y el aval de tan privilegiado valedor. No era la mía una aportación valiosa por cuanto mis conocimientos musicales se reducían a distinguir el pentagrama de unas pautas de caligrafía escolar, pero entre él y los magníficos coralistas del momento, que me recibieron con los brazos abiertos, conseguí hacerme un hueco en la siempre discutida e injustamente denostada cuerda de los bajos. A partir de ese momento, una sucesión ininterrumpida de experiencias felices me han hecho bendecir permanentemente la hora en que tomé tal decisión. Y entre todos ellas, la convivencia con gentes tan heterogéneas como encantadoras quizá haya sido, al margen de los indudables valores musicales disfrutados, el mejor de los frutos obtenidos. 

Y aquí es donde yo quería llegar porque aunque siempre he apostado por la discreción y por ello soy poco amigo de intervenciones como esta, también el sentido de la justicia forma parte de uno de mis principios más firmes y, porque así lo estimo, quiero dedicarle a mi compañero y amigo Juan estas breves palabras.

En ambas experiencias compartidas he tenido la oportunidad de descubrir su carácter abierto, su tenacidad, su altruismo y su talante inasequible al desaliento. Cuando otros hubiéramos abandonado en el primer «round» del combate que viene librando contra la adversidad, él sigue con la firmeza y frescura del primer día manteniendo y alentando dos proyectos del segundo de los cuales todos los presentes formamos parte activa.

De los primeros años de andadura polifónica sólo tengo referencias orales en las que la bisoñez, la ilusión y los buenos oficios de consejeros oportunos dibujaron el boceto de lo que hoy es una hermosa realidad coral en torno a un motor indiscutible. De ella hemos participado un centenar largo de personas amantes de la música, muchos de ellos presentes en este acto, y esperamos y deseamos que el devenir sea pródigo en oportunidades como esta y permita la celebración de nuevas y tan festivas efemérides.

Durante mi presencia como coralista he acuñado una valiosa carga de emociones, gratísimas experiencias, celebradas anécdotas y, por encima de todo, entrañables amigos y amigas que engrosarán siempre mi particular colección de afectos. Y como el caso lo exige, contando con vuestro permiso, voy a hacer un breve inventario de las que Juan ha sido protagonista. Y como no puedo desvincular de su personalidad musical la condición de maestro ejemplar que le adorna, tengo que insertar algunas experiencias previas para completar mejor la imagen, acaso apasionada, que de él he forjado. 

Le he visto rodeado de multitudes infantiles en nuestro colegio para, doblegando sus voluntades perturbadoras y a lo Samuel Broston ―según nuestro común amigo Jesús L. Sobrino― preparar festejos escolares capaces de llenar de orgullo a cualquier comunidad educativa; le he visto cargado de entusiasmo y energía hasta fundir los plomos —y esto no es una metáfora oportunista— en la tarea de instalar un Belén o decorar aulas y pasillos para llenar de contenido estético la Navidad escolar; le he visto esforzado en el cada día del aula y, cuando al cabo de nueve años, en que por razones que no vienen al caso hube de abandonar el Colegio, recogió el testigo que yo dejaba para convertir en realidad los sueños educativos que entre compañeros y padres habíamos conformado para el centro; le he visto en trances dolorosos de familia cuya sola evocación me estremece; le he visto empujar hacia la gloria íntima a un grupo de dignísimas voces atrapadas en voluntades entre anárquicas y disciplinadas; le he sentido siempre solidario y dispuesto a deparar pequeñas o grandes alegrías a los que, rodeándole, necesitaban de un acicate entre gratificante y motivador para continuar sus trayectorias acaso maltratadas; he vivido, junto a muchos de los compañeros que esta noche nos rodean, sus legítimos «cabreos» arrojando airado partituras y atril por los suelos, tratando de negociar por la brava un rato de cordura y disciplina en el ensayo para, de inmediato y en «calma chicha», reemprender la tarea interrumpida. He visto sus manos acariciando melodías conmovedoras, estimular cantos festivos o arrastrarnos hasta el entusiasmo íntimo en sublimes composiciones sacras; hasta le he visto —perdóname la escatológica anécdota— atar apresurado el cinto de su pantalón —tras ser inopinada e imprudentemente abandonado a su suerte en soliloquio digestivo urgente— para reiniciar un concierto de postín en Logroño.

En fin, Juan, tengo la sensación de que mi capacidad de admiración y asombro aun no han sido colmadas y que aún tu recia dignidad de castellano practicante nos permitirá a todos nuevas y gratas experiencias a tu lado.

Acaso alguno de los que habéis tenido a bien escucharme, al ver estos folios, sospechosamente impresos de verborrea, habrá esbozado un gesto airado de reproche para mi osadía pensando que, como los estudiantes ambiciosos y peloteros, voy por nota. No es el caso; el placer de cantar en un coro y cosechar con él los aplausos de los auditorios, formaron parte de mis mejores sueños de adolescente. Y se han hecho realidad gracias a todos vosotros y, sobre todo, a Juan. Para cada uno y en especial para él mi agradecimiento, mi respeto y mi estima.

En esta magnífica oportunidad en que se cumplen veinticinco años de éxitos de la Coral de Cámara «San Esteban» transmitiendo cultura musical de la buena, me parece de justicia ofrecer a su artífice principal este humilde homenaje de reconocimiento. Estimo que no se ensombrecen otros méritos con ello y que cada uno de los presentes merece la dignidad de un homenaje personal para su valiosa aportación; pero por aquello de que no hay un solo instrumento que genere música de forma espontánea y que el premio del auditorio es siempre para el virtuoso que lo maneja, renunciemos por esta vez a nuestros legítimos merecimientos y dediquemos nuestro aplauso a quien nos ha «tañido» magistralmente a lo largo de veinticinco años. 
           
          Burgos 26 Diciembre 1997
             Hotel «Corona de Castilla»    
E.G.S.                                                    

2 comentarios:

  1. Sin fijarme en la fecha del escrito, al ir leyendo, me ha parecido un escrito vivo y lleno de actualidad de manera que entendía que era un nuevo y elogioso recuerdo de tus fecundas épocas del Colegio y la Coral. Luego he visto la fecha en que lo leíste y creo recordar las circunstancias concretas.
    Me permito un pequeño apunte: la anécdora del cinto y el pantalón creo que tuvo lugar el Logroño, en la iglesia de Santiago, en un concierto organizado por el padre de Marisol Saborido que, por entonces, dirigía Radio Popular de La Rioja. O quizá en los dos lugares...porque la vida del artista es así de dura.

    Cálidos y calurosos saludos

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  2. Efectivamente, Pablo. Fue en Logroño y acabo de rectificarlo. Gracias.
    Eduardo

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