jueves, 29 de enero de 2015

IMÁGENES PARA NOSTÁLGICOS - III (Nuremberg)



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NUREMBERG, CRÓNICA DE UN VIAJE A ALEMANIA

06-12-95

El día seis comienza muy temprano y terminará en la carretera atravesando Francia de Sur a Norte. En el momento de cruzar la frontera francesa nos previenen de lo difícil que puede resultar hacerlo a través de París a causa de las huelgas en que las más importantes ciudades de Francia están sumidas. Por este motivo tomamos la decisión de seguir la ruta que pasa por Tolouse y Lyon y llega hasta Strasburgo. Periódicas paradas nos han permitido estirar brevemente las piernas y tomar algunos alimentos. Ya bien entrada la tarde, en Alemania, paramos en un área de servicio cuyo aspecto ordenado y pulcro nos confirma el concepto de concienzudos con que habitualmente concebimos a los laboriosos alemanes. Aquí surge la primera de mis anécdotas del viaje. Quiero pedir una cerveza en la barra del bar e intento comunicarme con expresiva mímica señalando mi demanda con apoyo de mi humilde inglés estandard; este, que luce un minúsculo gorrito de Papa Noel, me dice en impecable castellano y con elocuente jocosidad que le hable en español que así me entenderá mejor. El caballero es un compatriota natural de Santa Cruz de Tenerife afincado en el lugar. Nada insólito conociendo el gran número de españoles que trabajan en el país, desde luego, pero semejante casualidad a la primera de mis intentonas para establecer una relación coloquial no deja de ser chocante. Al marchar le agradezco su amabilidad y ambos celebramos la anécdota. Entre visitas a los numerosos estantes del recinto, que ofertan un poco de todo, y las primeras llamadas telefónicas a casa, transcurre el tiempo disponible para el descanso de todos los viajeros. Pronto regresamos al autocar y reanudamos el aún largo recorrido que nos separa de Nuremberg. Son alrededor de las ocho de la tarde. Han transcurrido dieciséis horas de viaje desde que salimos de Burgos.

Dos horas más tarde llegamos, por fin, al Jugend Economy Hotel. Una elocuente sensación de alivio nos invade a todos cuando nos reunimos en el vestíbulo cargados con las maletas. Al largo viaje y sus peripecias por tierras francesas hay que añadir el hecho de que llevábamos algún tiempo perdidos en la autopista de acceso a Nuremberg. La ciudad se nos resistía y hemos logrado el arribo después de retroceder para iniciar el acceso por la desviación adecuada.

El aspecto del hotel no puede ser más acogedor a primera vista. A medida que uno entra en contacto con sus dependencias descubre que cada una de ellas y cada mueble o detalle han sido seleccionados con el más estricto sentido de la funcionalidad. Nada es lujoso o deslumbrante. Ni siquiera estético. Todo cumple la función para la que se ha previsto, despojado del lujo más elemental y concebido con el diseño más simple. Las habitaciones, reducidísimas, son sin embargo suficientes para albergar cómodamente a dos personas. La que ocupamos Mari y yo, a la que se accede mediante un código numérico electrónico como todas las demástiene un armario construido a base de un entramado de varillas metálicas blancas y está situado tras la puerta a la derecha de la entrada. Distribuidas de forma adecuada, cada una de las bandejas superpuestas permite depositar ropa, calzado u otros enseres de forma que quedan permanentemente a la vista. A la izquierda está el aseo, de reducidas dimensiones pero suficiente para albergar el inodoro, un lavabo y la ducha que deja caer su agua sobre un suelo común a todo el recinto. Cuando se da la luz, simultáneamente entra en funcionamiento un extractor de olores.

La luz de la habitación consiste en una humildísima lámpara con dos elementos luminosos que se encienden tirando de un cordoncillo que pende de ella. En nuestro caso sólo funciona una de las dos luces. Ignoro si por economía o porque simplemente está fundida la otra. Frente a la puerta está la ventana que da a la calle. La cortina que la tapa funciona con un sencillo cordón que se sujeta a un gancho doble fijado en el lado derecho de la pared. Al borde de la ventana hay un tablero que sirve de mesita de trabajo. A su izquierda hay un espacio, encajonado entre esta y el baño, capaz para albergar dos reducidas camas en forma de litera. La escalera que conduce al de arriba es bastante incómoda para bajar. Subir se hace menos ingrato probablemente porque la recompensa del sueño es suficiente incentivo. No hay colchones ni muelles convencionales. Sólo unas tablas y sobre ellas un jergón, almohada del mismo tipo y el edredón. Suficiente todo para disfrutar de un sueño más que anhelado. Frente a la pared de las literas hay una pequeña repisa que completa todo el decorado. En esta habitación, Mary abajo y yo arriba dormimos tan ricamente nuestra primera noche alemana sin ningún contratiempo. Ni siquiera frío hemos sentido a pesar de lo que parecía precaria dotación de ropa de cama.

Pero antes del sueño, en nutrido grupo, invadimos el cuarto de Heriberto y Pilar bien pertrechados todos de viandas con sabor a la tierra. Abusamos de su amabilidad y allí compartimos quesos, embutidos, pescado, pimientos, frutas, pan y dulces en improvisada cena de llegada. El calor de la mayor aventura coralista por carretera está servido. Apenas hay espacio para todos pero sobra cordialidad. 

07/12/95

Nada ha molestado nuestro sueño y pronto nos arreglamos para acudir al comedor en donde consumiremos el desayuno. Hay que tomar una bandeja y servirse, en alegre peregrinar, de lo que a uno mejor le apetezca entre la oferta. Según la elección habrá o no que pagar por encima del ticket rojo de que cada uno disponemos. Las mesas y asientos, anárquicamente distribuidos en el salón, están sujetos al suelo y tratar de moverlos a elección es, por tanto, empeño inútil. Cada comensal tiene prefijado su acomodo definitivamente; guste o no. En casos como el mío lamenta uno no haber nacido un poco más generoso de estatura porque, una vez sentado, la mesa resulta ligeramente desplazada del ángulo de maniobra y los viajes con la cuchara resultan harto peligrosos para las inmaculadas vestimentas. No son incómodos sin embargo, pero su diseño merece cuando menos el calificativo benévolo de horteras.

Pronto se llena el recinto de los comensales burgaleses, nada bulliciosos por cierto, y uno a uno damos cuenta de nuestra elección. El hall, que ahora observamos con más parsimonia que anoche, no difiere gran cosa del de cualquier otro hotel; puerta de entrada con apertura y cierre electrónicos; mostrador con el equipamiento tradicional para el servicio del cliente; casillero tras él sin las innecesarias llaves y un par de espacios interiores para la administración. Frente al mostrador, un hermoso cuadro de pintura clásica que reproduce la escena de la adoración de los pastores en Belén. En el otro extremo, dos ascensores capaces para albergar hasta un total de doce o trece personas (1000kgs. peso). Por escaleras y plantas, estratégicamente situadas, se distribuyen las reglamentarias indicaciones luminosas exigidas para casos de emergencia, que con algún que otro cuadro completan la decoración. El suelo está enmoquetado y la temperatura en el interior no hace ni siquiera sospechar el intenso frío que hace realmente en la calle. Evidentemente su carácter de hotel económico queda claramente explicado. Según parece, todas estas características tienen que ver con los principales destinatarios a quienes atiende y que suelen ser preferentemente muchachos participantes en cursos, seminarios, competiciones deportivas o cosas semejantes.

Hacia las diez llega hasta el hotel una guía que, por gentileza de los padres de Verena, nos va acompañar en un recorrido turístico general de la ciudad. Más tarde cada uno lo ampliará a su modo. De ascendencia mejicana, nuestra acompañante hace gala de su acento peculiar con el que pronto nos encandila. Iniciamos el recorrido por la visita a los lugares que, aun siendo de reciente e ignominiosa historia germana, nadie quiere sin embargo ocultar en la ciudad. Con una delicada alusión nos hace Erika reflexionar sobre la necesidad de conocer los hechos por dolorosos que sean para evitar recaidas. Quizá ello sirva de lección a las generaciones actuales y venideras, acaso proclives al olvido, para no repetir tan amargas experiencias.

Ciertamente que el inicio del recorrido no puede ser más sobrecogedor considerando la carga emotiva que cada hito en la visita representa. Tantos documentos gráficos llegados a través del cine, los reportajes de la época y las publicaciones dedicadas a la segunda guerra mundial nunca fueron más elocuentes que las gigantescas construcciones ante las que nos hemos encontrado esta mañana en la, por otro lado, maravillosa ciudad reconstruida de Nuremberg.

Hitler, tras haber adoptado el poder en 1933, dispuso que Nuremberg debía ser "por todos los tiempos" el escenario de las asambleas de los partidos del Reich. Con este motivo se inició una grandiosa construcción en la zona del Dutzendteich, en el sudeste de la ciudad. 130 firmas trabajaban solo en la construcción del Märzfeld, una plaza de desfile de 60 hectáreas de superficie, rodeada de 28 torres de 40 metros de altura.

El "Estadio Alemán" estaba planeado para albergar 450.000 espectadores; pero quedó sin terminar en la etapa de los trabajos de excavación. Allí deberían celebrarse todas las Olimpiadas a lo largo de los futuros mil años del "Tercer Reich".

La calle "Grosse Strabe" de 60 m. de ancho por 2 km. de largo y exactamente dirigida al castillo en el horizonte, sirve ahora como lugar de aparcamiento para cientos de autocares, los cuales vienen a Nuremberg sobre todo durante la feria navideña Christkindlesmarkt de la que ya estamos participando.

El nuevo Pabellón de Congresos, todavía sin terminar, es una "herradura" de 450 m. de longitud por 2,70 m. de espesor de muro. Más de 1.400 obreros participaron en la obra, de la cual, sin embargo, sólo se terminó la construcción bruta exceptuando el planeado tejado libre. Concebido según el modelo del antiguo "Coliseo" en Roma, debía dar cabida a 50.000 personas. Hoy sirve como nave de almacén; en uno de los edificios anexos están alojados los miembros de la Filarmónica de Nuremberg.

Al otro lado del Dutzendteich se corroen los restos del complejo de la tribuna del Zeppelinfeld (campo de zeppelines) (1935-37), donde antiguamente unos 150 faros antiaéreos generaban en la oscuridad una campana luminosa de 8.000 m. de altura. Desde el pequeño salidizo en la tribuna principal, Hitler dirigió la palabra en ese entonces a las masas como en 1938, cuando más de 1,6 millones de sus partidarios se pusieron en camino a Nuremberg. Para ellos el "Führer" había hecho traer las preseas del Reich de Viena a Nuremberg para exponerlas en la iglesia Katharinenkirche.

En el Palacio de Justicia situado en la Fürther Strasse 110, al oeste de la Ciudad Antigua, se consumó finalmente el destino de los líderes nazis en la Sala del Tribunal de Jurados 600. En la celda 413 se encontraba Hermann Göring, que se escapó de la ejecución de la sentencia de muerte suicidándose. Diez de sus compañeros partidarios, entre ellos el editor de "El Asaltante", Streicher, tuvieron que bajar el 13 de octubre de 1946 los 13 peldaños que conducían al patio. Ellos fueron a parar a la horca que se había erigido al efecto en la barraca.

Todo esto ha constituido la primera parte del recorrido. Después, el encanto de la ciudad antigua terminada de reconstruir el año 1966, entre el sabor medieval y la admiración hacia semejante hazaña record, nos ha deparado un respiro de alivio tranquilizador que todos estábamos deseando experimentar. Comenzamos por el castillo cuya construcción se inició hacia el año 1050. Sucesivas aportaciones van completando el recinto hasta convertirse en Palacio Imperial hacia el año 1200. Entre 1050 y 1571 todos los Káiseres alemanes permanecían en el castillo; sólo el Káiser Karl IV lo hizo 40 veces. En total hubo unas 300 estadías de soberanos alemanes en Nuremberg con un sinnúmero de asambleas del Reich y de la Corte. Así, en la ley del Reich de la "Bula de Oro" de 1356 se había confirmado que todo Rey alemán por primera vez elegido tenía que llevar a cabo su primera Asamblea del Reich en Nuremberg. Desde aquí Erika nos traslada a la Torre Pentagonal del Burggrafenburg y el "Luggingsland" adornado por un mirador; entre ambos destaca el gigantesco tejado del granero "Kaiserstallung".

Vemos la vivienda del famoso pintor Alberto Durero, la Tiergärtnertorplatz, popular centro de cita de turistas, el balconcillo en el Sebalder Pfarrhof (alrededor de 1365) adornado ricamente con ornamentos y relieves, etc. para desembocar finalmente en la Plaza Mayor y Schöner Brunnen que por ser Adviento se halla en plena celebración de la feria navideña más famosa de Alemania, la "Christkindlesmarkt". Son las doce en punto y el reloj artístico de la iglesia Frauenkirche nos muestra "La marcha de los Muñecos". Aquí se despide amablemente Erika y cada uno se pierde en el intrincado laberinto de preciosas casetas que ofertan a los visitantes toda suerte de delicias gastronómicas y objetos para la decoración navideña. Especialemente atractiva resulta, por la hora, la visita a las casetas que ofrecen exquisitos bocadillos de pequeñas salchichas a la parrilla y jarritas con vino tinto caliente. Finalmente regresamos al hotel para comer allí.

Una especie de paella repleta de deliciosos y abundantes tropiezos de carne, ensalada de maíz y alubias y un sorbete. Una excelente jarra de cerveza completa el menú que acabamos pronto para reanudar presurosos la visita a la ciudad antigua.

Recorremos algunos templos, San Lorenzo y San Sebaldo especialmente, y comprobamos lo que ya nos había anunciado Erika por la mañana. En todos ellos, a pesar de su condición de luteranos, se exhiben aún las imágenes que tuvieron como primitivos templos católicos. De nuevo en el mercado navideño consumimos bocadillos de salchichas y el vinillo tinto caliente que aun sin gradación alcohólica alguna, ya que observamos que hasta los niños lo consumen, nos estimula y alivia momentáneamente del frío. Este es intenso y, aliado con la noche prematura aún son alrededor de las cinco de la tarde nos obliga al resguardo en lugar caliente. Entramos en grupo, nueve o diez, al Café Hotel Kroll. La camarera, que no sabe inglés pero me ofrece el danés a cambio, se esfuerza en comprender nuestras peticiones y conseguimos las demandas sin un solo error. Yo he pedido leche caliente con miel porque mi catarro, apenas unos días apeado, amenaza con rebrotar y me tiene preocupado la posibilidad de que me impida cantar dignamente. Cincuenta y tres treinta DM “escotados” y nos vamos. 

La tertulia, al calor de la mesa compartida, ha servido para tamizar nuestras primeras impresiones de la ciudad y de paso resolver algunos de los problemas domésticos patrios que nos afectan como celtíberos. Esta gente alemana trasnocha poco y madruga mucho. Las camareras parecen tener prisa por iniciar su descanso y regresamos pausadamente al hotel. Calles iluminadas y engalanadas de Navidad, atractivos escaparates para colmar las más caras ilusiones y músicos a la captura de auditorio y recompensa para su arte, nos bordean hasta el hotel. En su comedor reanudamos la interrumpida tertulia del café Kröll. Unas pocas jarras de cerveza y el buen humor de todos proveen de abundantes recuerdos de otros tiempos de la coral y de las hazañas históricas de otros coralistas. Al fin, parece que el hambre se muestra adónde quiera que uno escape y nos anima a consumir las ya mermadas viandas hispanas, impacientes en cada cuarto hotelero. Pilar y Heriberto ponen de nuevo a la disposición del grupo su habitáculo metido a comedor y pronto nos reunimos, mal que bien apiñados, para consumir de todo un poco: embutidos, queso, pimientos, pescado, frutas... En fin, las "variantes" que sobraron de la noche anterior, no por eso menos sabrosas.

Ha llegado por fin la noche y todos, o casi todos, decidimos iniciar el sueño reparador para calmar tantas emociones vividas. Yo me dispongo a sudar tanto como me sea posible y lo consigo con la ayuda de mi abrigo, excelente comparsa para el edredón. Mañana será otro día.   

08-12-95
Desayuno parco tras el aseo matinal. Ensayo en San Leonard y visita en tumulto a la casa de Verena, acontecimiento social que nos permite ver por dentro su hogar familiar y disfrutar de la calidad hospitalaria de sus moradores. Es una vivienda espectacular y perfectamente diseñada para el disfrute hogareño, el estudio y la comodidad. En una especie de patio cubierto hay una mesa dispuesta para obsequiarnos y allí pasamos unos inolvidables y emotivos momentos con la madre de Verena. Un poco más tarde su hermano y la novia se unen al grupo. Consumimos las exquisitas viandas dulces y el vino caliente y cantamos felices y agradecidos a tan amable hospitalidad. Es un recuerdo difícil de olvidar.

Una vez más regresamos a la ciudad vieja y atravesamos una parte de sus murallas. Junto a ellas una interesante exhibición femenina atrae el interés de algunos de nosotros y nos aproximamos. Como en casa de muñecas, tras las ventanas, aparecen hermosas walkirias dispuestas para el disfrute carnal con sus visitantes varones. Mi ingenuidad e imprevisión de turista poco avisado me hace elevar mi cámara para observar una parte de la muralla frente a las ventanas. Una de las muchachas me increpa por ello pensando que pretendo invadir su intimidad. Me disculpo lo mejor que puedo y sigo junto a Mary camino del restaurante, porque hoy "comeremos fuera". Será en un lugar típico en el que podremos disfrutar, por un precio razonable, de algunas de sus exquisiteces culinarias.

Antes de llegar, algún pequeño sobresalto nos impide acceder de inmediato al restaurante al comprobar que el grueso de la expedición ni viene agrupado ni supuestamente todos conocen el lugar exacto de su ubicación y, lo que es peor, ni siquiera el nombre. Al fin, el hambre, buena consejera, consigue que todos desemboquemos en el amplio comedor. Ingenio y buena oreja han permitido que nadie se extraviara más de lo razonable.

Nunca sabré decir el nombre del menú consumido, pero ello no me impedirá asegurar que estaba exquisito. Mary y yo comemos en compañía de Gabriel, Pili y Pablo y todos quedamos cumplidamente satisfechos. Trataré, no obstante, de explicar la comida. Dos hermosos filetes de carne de cerdo en deliciosa salsa, acompañados de una enigmática bola de patata y acompañado todo del "Sauerkraut", constituyen el plato único por 14,80DM. No hay pan previsto pero lo pedimos. Nos sirven media docena de rebanadas de uno que es negro, áspero y con sabor a integral poco apetitoso. Acaso por ello no esté previsto. Una respetable jarra de cerveza  negra  riega y anima la comida.

La sobremesa resulta espontáneamente emotiva porque algunos compañeros comienzan a entonar villancicos y de entre el resto de comensales surgen conmovedoras lágrimas femeninas. Parece que el buen hacer de la Coral suscita emociones aún sin pretenderlo. Un grupo de señoras piden alguna otra canción y su entusiasmo y agradecimiento sube de tono cuando al fin nos despedimos.

A la salida del restaurante, ansiosos por añadir nuevas emociones turísticas, reanudamos la permanente visita a la ciudad. Lo hacemos en grupos e intereses afines y cada uno movido por el personal interés de alimentar sus aficiones. A las seis menos cuarto nos reuniremos los coralistas junto a la fuente dorada, referencia casi obligada para casos de extravío. Es esta una maravilla típica a la que se acude en demanda de venturoso porvenir. Sólo hay que cumplir una pequeña formalidad; aferrarse al enrejado que la protege y formular un deseo con absoluta convicción.

A las seis cantaremos en el estrado frente a la plaza del mercadillo. Hace mucho frío y albergamos algún temor de catarros como enevitable consecuencia de cantar en semejantes circunstancias. Próximas las seis de la tarde subimos al estrado. Un operario ultima los preparativos de megafonía en cuya fidelidad confiamos porque la abarrotada plaza en nada ofrece garantías de sonoridad. También canta Verena que se dirige al auditorio. Hay mucha gente en el reducido espacio frente a nosotros y suenan nutridos aplausos con calor aunque no sean sonoros porque los guantes lo impiden. Se observan gestos de entusiasmo y ello nos anima, tanto que el concierto se extiende hasta pasada media hora cuando lo previsto era de alrededor de diez minutos. Al final bajamos satisfechos y hasta escuchamos un ¡Viva España! increíble de labios de una anciana conmovida. Nos obsequian con unos bonos para deducir del importe de nuestras compras en el mercado y nos lanzamos a la tarea de reconvertirlos. Vino caliente y salchichas entonan y desplazan nervios y frío acumulados y allí van a parar casi todos.

Nos gustó el Cafe Kröll y allí nos dirigimos la larga decena del día anterior. El acomodo conocido no está disponible y buscamos otro en la planta baja. Con el deseo de no perturbar la calma que se respira en el concurrido salón, juntamos mesas, pedimos bebidas y renegamos del carácter casi hostil con que nos recibe la más que arisca camarera. Mucha edad y poco entusiasmo para servir adecuadamente a damas y caballeros castellanos. Durante la tertulia que se improvisa, aprovecho para tomar algunas notas con destino a mi diario y, apenas consumidas las infusiones, cafés y cervezas, aparece la ajada walkiria reclamando ostentosamente el importe de la cuenta a la vez que señala su reloj. Lo de ser tonto interesado es universal y la señora lo practica quedándose con las vueltas que nadie le propinó. La ira celtíbera sube de grado y nos retiramos no sin antes dejar muestra de nuestro enfado de urea mal contenida en los impecables urinarios del local. Son las siete y, efectivamente, el café está apagando luces y recogiendo velas. Seguramente a la abuela le esperan los nietos en casa y eso le impulsaba al apremio. Comprendido.

Reunidos a la puerta emprendemos el regreso a nuestro hotel no sin antes contemplar un espectáculo musical insólito. Un virtuoso músico callejero, situado frente a una mesa cubierta de copas de cristal a medio llenar y convertidas en delicado instrumento de percusión, interpreta “Yesterday” con evidente maestría y calidad. Suena muy bonito y el gesto permanentemente y jovial del intérprete inspira interés consiguiendo que le rodeamos para celebrar su concierto. Junto a él una muchacha rubia que le acompaña nos ofrece casetes con la música que estamos escuchando. Quince marcos. Casi compro pero me voy para que no me rezongue el personal y "me quedo con la pena".

A las diez, amablemente invitados por los socios, acudimos al centro gallego situado apenas a veinte metros del hotel en que nos alojamos. Allí han dispuesto las mesas para una reunión de añoranzas que entre pulpo, ribeiro y queimada se desarrolla con la alegría de quien se entrega emocionado y quien recibe agradecido. Apenas algunas canciones nuestras en previsión de deterioros de voz para el concierto de mañana. Suenan gaitas y danzan muñeiras ellos y estalla la alegría de todos. Las morriñas de quien se entrega obligado a otra cultura surgen inevitablemente en las conversaciones y muestran la cara amarga de la emigración. No es fácil el mundo anglosajón para emigrados latinos y así nos lo cuentan. Ambos se rechazan "cordial" y mutuamente. Al fin, las emociones de nuestros compatriotas asoman en algunos de los ojos y pronto todos nos retiramos a descansar.

09/10-12-95
 
Hay que desalojar la habitación del hotel y recogemos los bártulos para depositarlos en un amplio salón contiguo.

Tengo que contar alguna breve anécdota ocurrida en el ascensor porque esta mañana lo hemos compartido con una pareja alemana más locuaz de lo habitual. Deducen nuestra condición de españoles y ella contesta afirmativamente a mi pregunta de si sabe hablar nuestro idioma. Manifiesta saber un poquito y me lo suelta de un tirón cuando llegamos a la planta baja: "buenosss díasss, buenasss tardesss, buenasss nochesss..." Eso es todo. Me parece que mi alemán de tres días es más abundante.

La estatura de un muchacho duplicado llena el ascensor desde la planta al techo y yo me coloco intencionadamente a su lado. No puedo evitar un comentario quejumbroso en alta voz: "Que mal repartido está el mundo" digo y se ríen todos, incluso otra pareja oriunda que no se si ha intuido o entendido. Me quedaré con la duda. 

Desayuno café con leche, bollito de pan con mantequilla y crema de chocolate. Así nutridos nos vamos de compras para la clientela que espera en Burgos. Comprar cualquier cosa en este país resulta complicada no tanto por las entendederas como por el desembolso. Algo hay que comprar, sin embargo, pero con mucha cautela porque los humildes marcos adquiridos en Cajaburgos no dan mucho de sí. Lo de la VISA es un riesgo todavía mayor porque nunca se sabe cual será el resultado final del cargo. En fin, algo compramos en el coqueto barrio de artesanos y en el Super de la consabida plaza del mercado. Allí cerámicas y aquí "Sauerkraut" y vino tinto para calentar y consumir en casa.

La ciudad antigua está abarrotada y apenas se puede transitar con la desenvoltura de los días anteriores. Parece que es normal teniendo en cuenta que es fin de semana y lo popular de la celebración. A pesar de la multitud, un estornudo hispano puede trastornar la absoluta quietud de toda la concurrencia en la plaza. Llamar a la señora, Socorro, como es el caso, no sería un problema de interpretación semántica pero sí un flagrante escándalo público sonando a lo celtíbero y desde cinco metros; asi que caminamos casi cogidos de la mano para eludir el riesgo de perdernos y desde luego el de reclamar al extraviado a voces.

Tras las compras hacemos nuevo recorrido por la romántica Weissgerbergasse con sus bonitas fachadas de entramado, balconcillos y aguilones. Vamos allá Mary, Pablo y yo porque Andrés y Enrique siguen aún de compras. Los cinco salimos juntos del hotel y juntos regresamos. Camino del mismo volvemos a contemplar tanta hermosura urbana y milagrosamente aparece de nuevo en el recorrido el músico de las copas. Esta vez no se me escapa y compro la casete que espero escuchar con delectación, quizá hasta al amparo de una jarrita del estimulante vino caliente adquirida en el supermercado. La chica me sonríe la compra e intento decirle algo en Inglés pero me parece que sólo capta los gestos.

La hora de la comida resulta más animada que en los días pasados si cabe, porque cada uno cuenta compras, experiencias y visitas. Anarquía en los precios para un mismo objeto suenan entre los comentarios más comunes y la visita al Museo del Juguete como experiencia más gratificante y generalizada. Pilar Sastre me pide ayuda para reclamar la llave del cuarto de los equipajes y acudo a la conserjería del hotel. Me abro camino con mi humilde inglés y el interlocutor, en tono de queja, ciertamente mesurado, me espeta su hartura de subir y bajar cada cinco minutos para idéntico menester. Casi me pide que reúna al personal y se lo entregue disciplinado y compacto de una sola tacada. "Coño tío", me digo, "tu eres el hotelero y la anarquía es la sal de la vida en mi país, así que sube y abre a la Pili que aún no ha comido o vente a vivir con nosotros y lo verás de otro modo".

Terminada la comida costillas adobadas, arroz helado y cervezanos escapamos. Mary y yo al aire fresco de la calle en busca de un ingenioso belén que al fin no encontramos. A cambio algo mercamos en un supermercado próximo. Para el viaje.

Son las seis de la tarde en St. Leonhard cuando iniciamos nuestro concierto formal. Concurrencia discreta, como en España. Algunos alemanes y varios emigrantes españoles. No sé quienes más. Una señora de La Horra pone el acento burgalés entre los últimos. Hace un frío tremendo y todos estamos deseando de terminar. Especialmente las chicas que se quejan de su liviana indumentaria y echan de menos algo de mayor entidad para cubrirse. Lo hay, pero además de no contar con las simpatías de quienes lo compraron en su día, está disperso e incontrolado. Era un jersey negro de lana. Aplausos abundantes y elogios para nuestra actuación y finalmente al autobús. Son las veinte horas cuando salimos de la ciudad. Llegaremos mañana a Burgos alrededor de la misma hora.

Veinticuatro horas de películas, sueños, paradas, canciones y risas. Hasta consigo afeitarme en una bien equipada área de servicio, ya en Francia; con brocha, jabón y cuchilla. Después del aseo, me pongo a la cola del autoservicio para tomar un cafecito caliente, croissant con mantequilla y listo. Burdeos es la más inmediata referencia en la continuación del viaje meta psicológica que se dice ahora que aún queda lejos y hay que seguir camino. Por fin pasamos la ciudad y es la una y cuarto cuando Luis nos acomoda en una excelente área de servicio para consumir, entre árboles y mesas de campo, las últimas existencias gastronómicas traídas de Burgos, ¡increíble semejante hazaña despensera! junto a algunas otras compradas el sábado en Nuremberg. En la tienda de Souvenirs dejo los últimos francos a cambio de una botellita de "Pineau des charentes" y una latita de paté que compro por consejo de Gabriel. La última parada será ya en las proximidades de Vitoria para tomar la última cerveza. Un estirón de piernas, el último resoplido y son las ocho menos cuarto cuando avistamos la catedral. Misión cumplida. Manolo “Figuras” nos trae a Mary y a mí hasta casa en su coche, amabilidad impagable a estas alturas de otoño, que le esperaba pacientemente aparcado en espera de nuestro regreso.

Ya en casa, deshacemos maletas, merendamos sobriamente y nos acostamos para recuperar el incierto sueño del autobús. Mañana es día de escuela.
E.G.S.